El “agronegocio” llega al campo: fondos de inversión también compran tierras y cultivos
Desde hace años, Francisco José Luque cultiva olivos tradicionales como hacen en su pueblo, San Marcos de Las Cuevas en Málaga. Como a sus vecinos, tampoco a él le salen las cuentas: por los costes de producción y por el bajo precio al que consiguen vender las aceitunas. Ahora, encima, tienen que hacer frente a la competencia de los productores del cultivo superintensivo, donde hay hasta 2.000 olivos por hectárea y donde una máquina y una sola persona puede hacer toda la recolección.
Es un método más rentable y competitivo que, poco a poco, va ganando terreno. Los fondos de inversión han visto en este sistema un negocio rentable y han empezado a apostar por él. La empresa Agromillora fue pionera en la implantación de este nuevo método. Decidieron adaptar a los olivos, la maquinaria que utilizaban para recoger la uva. Por eso, empezaron también a crear especies menos vigorosas que se pudieran cultivar en seto, como si fuera un árbol frutal.
Ahora tienen un vivero en Hernán Cortés, en Extremadura, que, aseguran, es el más grande del mundo. Venden más de ocho millones de pequeños olivos al año. Rubén Márquez es el delegado comercial y explica cómo este cultivo y otros similares están despertando el interés de los fondos de inversión.“Nosotros mismos, Agromillora, gracias a las grandes inversiones, a los fondos, hemos podido ir mejorando y ampliando el negocio”, señala Márquez.
Pero esta tendencia de los fondos de inversión en su apuesta por el campo no está teniendo los mismos efectos para todos. “Como un avión, como un avión por encima nos han pasado las grandes industrias y los fondos de inversión a los pequeños agricultores”,indica Tomás Sánchez que, con su gorra calada hasta las cejas, poco a poco va limpiando las hojas sobrantes de las parras que cultiva. Él y su mujer Trini tienen 20 hectáreas que heredaron de sus padres, en una parte tiene plantada uva de mesa.
El sindicato agrario denuncia la “uberización”
“Luego decimos que nos falta agua, pero es que si seguimos así siempre nos va a faltar agua, es que somos insaciables”, dice Tomás. Es de los pocos agricultores de Totana, Murcia, que aún gestiona su propio terreno. La mayoría ha decidido unirse a uno de las tres grandes marcas de uva de mesa, que controlan el 85% de la producción en la zona y donde los fondos de inversión han aparecido comprando parte de estas empresas.
“Cuando te unes a ellos tú ya no eres dueño de tu tierra, si la necesitas para un crédito es como si no la tuvieras”, añade Tomás, que confiesa que el principal motivo para no unirse es que nunca te aseguran en un contrato el precio de la cosecha.
El sindicato agrario COAG (Confederaciones de Asociaciones de Agricultores y Ganaderos) en un informe califica este sistema de trabajo que se ha ido imponiendo en la zona como la “uberización” del sector agrícola.
“Para los fondos de inversión, la agricultura casi se está convirtiendo en un valor refugio”, señala el analista y asesor financiero Franco Macchiavelli. En la empresa de servicios financieros Activo Trade conocen muy bien esta tendencia de los grandes fondos por invertir en agricultura.
Macchiavelli, analista y asesor financiero, afirma que “invierten comprando tierras al Estado, a la Sareb (Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria) y comprando empresas productoras y otras relacionadas con el sector y sus derivados como fertilizantes, semillas…”. Asimismo, asegura que, con la demanda de alimentos prevista para los próximos años, la agricultura se está convirtiendo en un valor refugio.
En Valencia también ha llegado el ‘agronegocio’
“Esto es el fin, esto ya está finiquitado”, dice Enrique, agricultor de Algemesí, en Valencia. En el sector de los cítricos valenciano hace tiempo que los grandes productores conviven con los pequeños minifundios, pero estos lo tienen cada vez más difícil.
“El ‘agronegocio’ ha venido para quedarse y frente a ellos por muy grande que seas… eres pequeño”, explica Alejandro Peiró Camaró, gerente de un negocio de cítricos que exporta 30 millones de kilos de naranjas al año. A pesar de todo, su negocio marcha.
Sin embargo, Ismael no puede decir lo mismo. Hace cinco años que decidió dejar la informática y cuidar de las tierras de la familia, sin imaginar lo que le venía encima. El pasado 19 de marzo hizo su propia hoguera arrancando y quemando decenas de mandarinas que tenía plantadas. Era su forma de protestar por los bajos precios a los que se las pagan. Ahora, ha decidido saltarse intermediaros y vender parte de la cosecha en internet a ver si de este modo le salen los números.
El fin de una generación
Pero la realidad aquí es que cada vez hay más campos abandonados y el precio del terreno está por los suelos. José está retirado. Ha dedicado toda su vida a la agricultura y pensaba que el campo podría ser una alternativa a su jubilación, pero está resultando ser todo lo contrario. Tiene que poner dinero de su pensión porque “los números son rojos, rojos y más, que rojos”, dice.
“Nosotros somos la generación que levantamos la agricultura, y nosotros seremos la generación que la vamos a ver desaparecer tal y como la conocemos”, aseguran mientras recorren lentamente los campos con sus dos colegas, Vicente y Enrique, que se lamenta, “esto es el fin, esto ya está finiquitado”.
Fuente: www.rtve.es/noticias/20210516